Aunque pueda resultar más difícil de apreciar, el
daimon también está presente en personas que no parecen tener nada excepcional.
Tal vez no sea una llamada al éxito o al encanto mundanos, ni a la grandeza o
incluso la santidad, pero no deja de ser una llamada a su carácter o naturaleza.'
Todos conocemos a personas que llevan una vida en apariencia rutinaria, que no
han sido llamadas a tareas de excepción como la de poeta, chamán o conquistador
del universo, pero a las que vemos centradas, realizadas, relajadas,
interesadas, de buen humor, buenas. Y parecen, además, felices. En griego,
felicidad era eudaimonia, tener un buen daimon o un daimon complacido. No se
trata de qué hacen —pueden ser vendedores de zapatos o pastores—, sino de cómo
lo hacen, con qué arte, integridad y entusiasmo. Su vocación no radica en su
trabajo sino en su vida: en el bar, en la familia o en sus aficiones. En su
vida imaginativa más íntima. Es tan probable, o incluso más, que alcance la
santidad la inadvertida pero generosa madre de cinco hijos que un gran artista.
Pues su llamada puede ser él pasar inadvertida, ser lo más convencional
posible, pero no de una forma que la anule sino que le haga exaltar el valor de
las pequeñas cosas — como hacer la colada o conducir un coche—, sembrando la
armonía, la colaboración y el bienestar. Son personas de un atractivo
antiheroísmo en una época en que lo heroico suele oler a sospechoso: los
constructores de imperios, los amasadores de fortunas, el divismo de los
artistas, los grandes triunfadores... Ninguna vida es mediocre cuando se
contempla desde el interior, desde el punto de vista del daimon.
La tradición oculta del alma, de Patrick Harpur.
La verdad es que poco puedo explicar este párrafo. Desde el punto de vista de los mitos, hace comprender lo que es la grandeza. Es para mí incómodo describir de qué trata este libro realmente, porque me quedaría muy corto intentando hacer que cupiera en una entrada de bitácora.
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