¿Habré cerrado la puerta?
Más de una vez me he hecho esa
pregunta. Me da igual que lo llamemos subconsciente, inconsciente(*), o automatismo
u homúnculo, el hecho es que muchas de las cosas que hago no las guía mi
pensamiento racional y consciente, ese del que estoy —como casi todos— tan
orgulloso. Ni siquiera cuando creo estar razonando suelo ser completamente
racional. Busco pruebas que confirmen lo que yo creo, por ejemplo, en vez de
pruebas que digan que lo que creo es falso. No someto las hipótesis a prueba.
Me guío por reglas de andar por casa —he visto un señor muy abrigado hoy, debe
hacer frío— y desprecio una parte de los datos. Pero bueno, no me ha ido del
todo mal. Llevo años sin ser atropellado.
Nos pasa a todos.
Y los que lo saben muy bien son
los anunciantes. Bueno, a lo mejor no lo saben, a lo mejor es “Conocimiento
implícito”.
Si bien hay incluso una leyenda
urbana sobre la proyección subliminal — en realidad el experimento en el que se
apoyan sus efectos resulto ser un bluff de un publicista, que alteró los
resultados—, hay experimentos más modernos que arrojan resultados sorprendentes.
Estos experimentos están en ocasiones apoyados por tecnología que, si bien no
lee aún el pensamiento, al menos puede indicar a qué se parece. Por ejemplo,
parece ser que los anuncios de la marca de refrescos más conocida es capaz de
hacer que trabajen zonas del cerebro que también trabajan cuando rezamos, nada
menos.
En un artículo de la revista “Papeles
del Psicólogo” de Antonio Olivera la Rosa y Jaume Rosselló Mir, enumeran varios
ejemplos que casi dan miedo: Sujetar un lápiz con la boca, incrementa la gracia
que nos hace un chiste, sostener un café calentito, incrementa la sensación de
calidez de la persona que nos habla — haz los negocios siempre comiendo—, haber
dicho que sí a varias afirmaciones, nos predispone a decir que sí a la
siguiente —esto se lo saben muy bien algunos vendedores y predicadores
televisivos—. Al parecer también nuestra moralidad se ve afectada. El pensar en
un acto moralmente repugnante, nos invita a lavarnos, el oler productos de
limpieza, favorece la caridad. También hay evidencia de que ver escenas
impactantes negativamente, nos hace ser moralmente más permisivos durante un
rato. Las caras de famosos, incluso combinadas con otras anónimas, provocan más
confianza que las anónimas por sí solas.
Pero hablando de miedo, “El
Exorcista” está plagada de ejemplos, desde la cara del Capitán Howdy (el Dios
Papuzu, una máscara verdosa con muy mala pinta) hasta los gritos de cerdos en
un matadero se mezclan en la película para hacerla más terrorífica. Alfred
Hitchcock fue un pionero, y usó la técnica en Psyco y creo recordar que también
“Los Pájaros”, introduciendo una máscara de muerte sobre Norman y un ruido de
abejas en esta última.
Si bien el porqué de estos y
otros efectos de los que iremos hablando, están aún por estudiar, sus
aplicaciones ya están en la calle. Los usan artistas, marcas, políticos (¿Aún
no imaginas por qué se decía “esa persona” en lugar de su nombre?) También los
puedes usar tú. Pero de momento no voy a dar más pistas. Yo voy ver como
empiezo.
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(*)Qué me perdonen los puristas. Ya sé que el término es muy diferente del uso que pretendo darle aquí, que es más "popular".
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